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martes, noviembre 6

en plena vida

Qué hacer. Cómo hacer. Suspirar. El horizonte ya no se divisaba por ninguna de sus ventanas, todo el viento era azul y los labios congeniaban con la sed. Sed de día, bebí agua para calmar mi agonía, después rasqué un poco mi cabeza y estiré mi cuerpo para así caminar un poco, marearme y caer no sé donde.

No tenía opción, estaba amarrado a mi propio cabello que dulcemente coqueteaba con mi nariz que se dejaba, porque no se movía. Solo mis manos la ayudaban con sus uñas. Esas uñas que mis dientes ya no muerden ni nadan en mi estómago perdidas de entusiasmo. Esos dientes que ya no muerden las uñas por falta de preocupación, las cosas ya no son las mismas, ahora mis dientes son mis uñas, mis ojos son mi boca, mi nariz no respira más, porque no sabe.

Mis oídos son cabellos que no saben a dónde ir. Y el teléfono suena, porque el teléfono sí es teléfono. No es nadie, solo una persona. Y va y viene y va y no vuelve. Ahora cada gente que pasa voltea a ver mi casa oscura y clara. Es la luz de una lámpara que se asoma porque quiere ver y contar los carros que pasan.

Esa luz que alguna vez alumbró mi cama por una noche que miedo llevaba. Pero ya no; alguien había tocado la puerta esa vez pero solo un golpe detrás de otros y seguidos como en clave y yo sin poder abrir por tener las pestañas de punta. El cabello, el rostro de punta.

Y rascando un poco mi cabeza, otra vez, pensé en todo eso. Que me describía junto a mi, aquello que me rodeaba sin hacerme daño. Cuando comienzo a decir unas palabras que me hacen saturarme de lágrimas. Y esa canción se escucha sin querer.

¡No hay nadie!
Le grité adolorido.

El silencio me atacó una vez más. El gatillo ronroneó y dejó un eco que terminó al ocaso.
Como todos los días, mi sangre sabe a fierro y eso me estremece.

1 comentario:

Anónimo dijo...

:s










- ANGIE